martes, 20 de marzo de 2018

Las ventajas de la victoria

Puigdemont está en Suiza haciendo un poco de internacionalización de conflicto. Coincidentemente con su visita, una televisión suiza emitió un "documental" bajo el título "Cataluña: España al borde de un ataque de nervios", que también se proyectó en la conferencia a la que asistió el Extremadamente Honorable. Un amigo separatista --especie que, me enorgullezco de decirlo, no está extinguida, aunque sí amenazada (por ellos mismos)-- me lo recomendó y allí fui:


No soy del todo impermeable al tópico de que los productos suizos destacan por su calidad. Sus chocolates me encantan. También tengo dos barritas de oro 24k muy monas de ese origen, una que me regaló mi difunto padre y otra que me la gané con el sudor de mi frente (aunque juro que no poseo ninguna cuenta en bancos helvéticos). Por algún motivo intuí que el "documental" no iba a alcanzar las mismas cotas de excelencia que los ítems mencionados.

Mi escepticismo resultó justificado. En buena medida el vídeo tiene ese regusto de publirreportaje de tantos y tantos trabajos de periodistas indolentes que quizá no simpatizan a priori con el separatismo catalán, pero que tampoco rebuscan mucho para oír todas las campanas, sino que se contentan con lo primero que encuentran. Y lo primero que encuentran es una horda de separatistas que les presentan productos muy fáciles de insertar, de los cuales los poco pertinaces periodistas suizos se sirvieron a discreción.

La estructura parecía calcada de TV3: entrevistados "de ambos campos", pero no en el mismo número ni de la misma naturaleza. Los separatistas eran más y decían cosas más incendiarias. Los constitucionalistas eran menos, menos variados y más moderados en sus opiniones. A la única política constitucionalista en activo entrevistada (Andrea Levy) los periodistas le repreguntan ("¿Valió la pena?", le inquieren, con relación a la represión brutal del 1-O), y además presentan aparte a un periodista que la refuta. Cuando entrevistan a Puigdemont no le preguntan si su malhadado experimento valió la pena.

Para cada tipo de constitucionalista había una contraparte separatista, pero no ocurría lo mismo a la inversa. Por ejemplo, entrevistan a Elpidio Silva, un exjuez que se ha posicionado firmemente en favor del separatismo, quien carga contra la corrupción del PP sin mencionar en absoluto la de CiU. El documental sí alude --en otro trecho-- a esta última, pero atribuyéndola a un derrame de la española: después de tantos años de corrupción en Madrid, finalmente también aparece en Barcelona. Ninguna mención de Banca Catalana, el caso Palau, el 3% ni ningún otro exponente de la corrupción indígena que ya desde los años 80 azotó a Cataluña. Por otro lado, tampoco se consulta a ningún juez constitucionalista que equilibre la sesgada visión de Silva.

Entre los periodistas entrevistados se cuentan algunos firmemente favorables al independentismo y otros neutrales, pero no entrevistan a ningún periodista decididamente constitucionalista. Así, le toman declaración a John Carlin, quien relata que fue echado de El País por un artículo --dice-- que publicó en The Times. Afirma que el nacionalismo español exige adhesión incondicional, y que un "moderado" como él no tiene cabida (Carlin es de aquellos cuya "moderación" consiste en decir "pero yo, personalmente, votaría en contra de la independencia", para a continuación repetir al pie de la letra los mantras separatistas, al más puro estilo Albano Dante-Fachín). Leyendo el artículo del Times, yo también lo hubiera echado, pero no por moderado sino por pésimo periodismo. En esa pieza de opinión hay de todo, desde la atribución unidireccional de culpas ("la arrogancia de Madrid explica este caos") hasta las adjetivaciones recargadas y manipuladoras ("El peligroso enfrentamiento actual entre los fanáticos españoles y los románticos catalanes nunca habría ocurrido si..."); tampoco se priva, por supuesto, de la cursi analogía de la mujer sometida ("lo que tenemos ahora es el absurdo cruel del gobierno de Madrid actuando hacia los catalanes como un marido que odia a su esposa y la maltrata, negándose a contemplar como ella le abandona, gritando “¡Ella es mía!”"). Para equilibrarlo, la TV suiza podría haber entrevistado a Gregorio Morán, protagonista de un caso exactamente simétrico cuando La Vanguardia lo echó por un artículo particularmente severo contra el nacionalismo, con la diferencia de que además lo censuró, dado que no le publicó el artículo. Aparentemente, los documentalistas helvéticos jamás se enteraron de la existencia de don Gregorio.

Otra periodista consultada es, valga la redundancia apelativa, Concita de Gregorio, la reportera italiana afincada en Barcelona que viajaba en el coche de Puigdemont cuando se cambió de vehículo bajo un puente astutamente burlando al Estado español el 1-O. Esta comunicadora proporciona tópicos, tópicos y más tópicos, lo cual viene de perillas a ese tipo de periodismo de investigación que busca atribuir los comportamientos individuales de una persona a características universales del colectivo al que pertenece. (Probablemente sea también un tópico calificar de "anglosajón" a ese periodismo, pero lo cierto es que este recurso sobreabunda en los medios de lengua inglesa.) Por ejemplo, cuando afirma que "en España para halagar a un catalán le dicen 'no pareces catalán'". Quien, como yo, ha recibido infinidad de veces el "halago" de "¿i com és que parles tan bé el català?" al revelar que era latinoamericano (como si ese origen redujera en una persona la capacidad de aprender idiomas) sabe que esas anécdotas no pueden elevarse a categoría, pero a de Gregorio (y a sus entrevistadores) es demasiado pedirles ese tipo de reflexiones, que además serían poco convenientes para el tono sensiblero perseguido.

Con todos estos elementos parecería que el documental tendría que terminar proyectando una imagen desastrosa para España y esplendorosa para el independentismo. Y sin embargo, en el balance final resulta bastante equilibrado. ¿Por qué?

La respuesta tiene que ver fundamentalmente con la victoria de la legalidad y el fracaso de las fuerzas golpistas. Los realizadores suizos, con todas sus deficiencias en cuanto a cómo se investiga un tema, sí tuvieron algo en claro: no se puede dejar al espectador con disonancias cognitivas. En este caso, la pregunta que quedaría flotando después de escuchar los testimonios pro-proceso es: si estos tienen la razón en todo, ¿cómo es que sufrieron una derrota tan ignominiosa? A la gente no le gusta que los malos ganen y los buenos pierdan, y si así ocurre alguna explicación hay que darles.

Sabedores de esta necesidad, los documentalistas buscaron análisis externos. Y aquí es donde la verdad se empieza a imponer. Los procesistas tienen bastante control sobre lo que pueda ocurrir en Cataluña, donde tienen copados los espacios sociales. Pero en el exterior, pese a los denodados esfuerzos internacionalizadores de la anterior gestión, su influencia es limitada, y tienen que confiar más que nada en los prejuicios que puedan tener los analistas. El problema es que estos prejuicios van en rápida disminución en la medida en que el tema catalán interesa y la gente se pone a estudiarlo de verdad.

Así, el documental recaba la opinión del periodista Jean Quatremer, y este describe a Rajoy y Puigdemont como "dos intelectos limitados", una combinación siempre peligrosa. También la del historiador Paul Preston, quien dice sin ambages que Artur Mas buscó un chivo expiatorio ante la impopularidad de sus recortes, y el órdago al Estado fue resultado de ese intento de desvío de culpas. Por otra parte consultan al eurodiputado Jean Arthuis, el cual describe cómo la huida de empresas le explotó en la cara a Puigdemont y califica como increíble que no lo haya previsto. Solitario entre estos opinadores extranjeros, el eurodiputado Mark Demesmaeker deplora la denegación por parte de España del derecho de autodeterminación a Cataluña, aunque su condición de nacionalista flamenco disminuye un poco la credibilidad de su valoración. Pero el mazazo definitivo a la imagen del independentismo catalán lo asesta otro eurodiputado, el mítico Daniel Cohn-Bendit. Este protagonista del mayo francés redondea la idea de que los movimientos separatistas que en Europa son, ya se trate de los de Flandes, Cataluña, Lombardía o el Véneto, no son sino el reflejo de sociedades opulentas que quieren compartir un poco menos su riqueza. Ante esta respuesta que satisface el criterio de la navaja de Ockham (explicación sencilla, lógica y de claridad meridiana de un fenómeno, cuando las demás son más complicadas o requieren amplias peticiones de principio), todo el edificio retórico amorosamente construido en el documental por Maite Aymerich, alcaldesa indepe de Sant Vicenç dels Horts, Gabriel Rufián, diputado separatista a las Cortes, o Carles Porta, biógrafo de Carles Puigdemont, se derrumba. No sólo por su endeblez argumental (las apelaciones sentimentales siempre pierden frente a los datos duros) sino por su calidad de parte interesada, que sólo aparece como verdaderamente evidente cuando se los confronta con gente que no tiene nada que ganar (ni perder) en el conflicto.

No es cierto que la historia la escriban siempre los vencedores. En este caso la estaba escribiendo un modesto equipo documental de la televisión de un pequeño país centroeuropeo. Pero sí es cierto que la verdad, cuando triunfa, obliga a recapacitar a aquellos escribidores de la historia que, en un escenario incierto o indefinido, muy probablemente se hubieran dejado enmarañar en las redes de la mentira.

2 comentarios:

  1. No conocía el documental, interesante análisis. De todas formas, siendo un asunto tan local ¿realmente habrá interesado a alguién? ¿Hay alguna cifra del seguimiento de ese programa? Yo, por ejemplo, cuando veo estos programas suelo cambiar de canal.

    Gracias por tu labor, Abraham. Tampoco hagas de menos a las felicitaciones por tu nivel de catalán, aprender un idioma más allá de la infancia y emplearlo con un nivel de corrección similar a un nativo no es fácil.

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