martes, 20 de agosto de 2019

Gol en propia puerta de la Plataforma per la Llengua

La Plataforma per la Llengua, autotitulada "la ONG del català", es una especie de policía lingüística paraestatal dedicada básicamente a crear crispación entre los hablantes de catalán y castellano, a demonizar este último idioma y, con ese fondo, a promover la imposición del uso exclusivo del catalán en todos los ámbitos de la esfera pública y privada. Un ejemplo reciente de sus actividades, que trascendió a los medios y las redes, es el estudio en que la PxL se dedicó a espiar el idioma que usaban los niños catalanes en el patio del colegio, en un experimento no consentido por los padres de las criaturas pero que contó con la cobertura administrativa y logística de las fanatizadas autoridades escolares.

Otra de las prácticas de la Plataforma consiste en publicar vídeos de agresiones alegadamente sufridas por catalanoparlantes por expresarse en su lengua. Como, comprensiblemente, esos hablantes no suelen estar filmando con su móvil al momento de sufrir el acoso, la Plataforma recoge sus testimonios y dramatiza los ataques. El resultado suelen ser vídeos donde se ve a una o varias personas dirigiéndose en castellano con extrema rudeza hacia un catalanoparlante contrito, normalmente en un contexto de indefensión frente a la autoridad.

Nadie niega la existencia de esos abusos, así como existe el abuso simétrico de personas, incluyendo autoridades, que se niegan a hablar en castellano. Tampoco sería realmente objetable que se rodaran vídeos sobre esos episodios, pero con una condición: que fueran exactamente fieles a lo sucedido en la realidad. Pero ¿están los vídeos de la Plataforma imbuidos de esa honestidad intelectual?

Un vídeo reciente permite ponerlo en duda. Se trata de la agresión supuestamente sufrida por un testigo en un juicio desarrollado en Cataluña. El ciudadano intenta expresarse en catalán, pero el juez se lo impide con gritos destemplados, para finalmente dar por suspendido el juicio:



No es inocente la forma en que se presente este episodio. No es lo mismo si el juez explicó de forma calma y pausada que él no entiende el catalán y por lo tanto el testigo deberá expresarse en castellano que si lo humilló con violencia verbal extrema como se ve en el vídeo. ¿Qué ocurrió realmente? En este caso particular, podríamos recurrir a la versión taquigráfica del juicio para verificar si la dramatización es fiel. Pero afortunadamente no es necesario, porque otro detalle nos revela que el vídeo no refleja textualmente el desarrollo del juicio.

En efecto, en el segundo 0:07 el juez dice "pueden llamar al señor Company (pronunciado 'Compani') en calidad de testimonio de la defensa", mientras que en el segundo 0:10 remacha "señor Company, está aquí en calidad de testimonio de la defensa". Esto se refleja en el subtitulado provisto por la propia Plataforma:



Ningún juez español, y menos un supuesto monolingüe troglodita, diría "testimonio" por "testigo", una confusión que sí es concebible en un hablante del catalán, donde ambos términos se funden en testimoni. Esto nos revela que el vídeo no se basa en pruebas objetivas (como podría ser una transcripción), sino en la subjetiva e imprecisa memoria de la "víctima" del espisodio, que así como no recordaba las palabras usadas por el juez bien puede haber errado, también, al estimar la violencia y agresividad de su tono de voz.

Pero hay más. En este vídeo han participado guionistas, directores, actores y editores. Pues bien; ni una sola de estas personas de alto nivel sociocultural y, en una presunción razonable, educadas en la inmersión sabe que la palabra "testimoni" ('persona que declara en un juicio') en castellano se dice "testigo". Si algunos cursos de Ciencias Sociales se los hubieran impartido en castellano, el vocablo habría aparecido en algún momento, pero desgraciadamente está prohibido enseñar Ciencias Sociales ni ninguna otra asignatura que no sea la propia lengua castellana en castellano en las escuelas públicas de Cataluña.

Tenemos, así, un gol en propia puerta de la Plataforma per la Llengua, y que vale por dos. El vídeo que tenía que demostrar la brutalidad del sistema judicial español lo que termina probando es que (a) las denuncias de la Plataforma no se ajustan al rigor de los hechos, sino que reflejan los creativos recuerdos de los denunciantes; y (b) la inmersión lingüística es un fracaso y está produciendo profesionales catalanes incapaces de defenderse ni siquiera en el vocabulario básico del castellano, en contra del discurso oficial de un dominio perfecto del español por parte de los graduados de la inmersión. El joven de Olot que no sabe hablar castellano no es un mito; existe y está produciendo vídeos para la Plataforma per la Llengua.

sábado, 16 de febrero de 2019

Qué hacer con dos millones de catalanes frustrados

El tema de los dos millones de catalanes (que no desaparecerán, se nos informa) frustrados ante el colapso del Procés surge recurrentemente en tertulias y en la prensa escrita. En un artículo de hoy, el magistrado de la Junta de Andalucía Miguel Pasquau Liaño aborda el asunto desde una perspectiva bastante original: el juicio a los líderes del Procés es, en cierta medida, también un juicio a la masa de partidarios del separatismo, que no se sentarán en un banquillo pero se identificarán con los imputados.

El enfoque es interesante, pero Pasquau se apoya en algunas falacias (no tan novedosas, todo hay que decirlo) que conviene desmontar. Comienza así interrogando:

¿A quién se juzga? En el banquillo hay sentados una decena de cargos electos catalanes (la presidenta del Parlamento, miembros del Govern y diputados) que ganaron unas elecciones llevando en su programa la promesa de hacer lo que hicieron, junto a dos líderes de movimientos ciudadanos (Sánchez y Cuixart).

Más allá del detalle técnico de que los políticos juzgados no llevaban la realización de un referéndum en su programa electoral, no se entiende por qué se insiste repetidamente en que hicieron lo que prometieron, como si esto de alguna manera excusara su proceder. España es un país de tan amplia libertad de expresión que cualquiera, incluyendo políticos, puede proponer ciertas actuaciones fuera del marco de la legalidad. Lo que no puede hacer es llevarlas a cabo. ¿Sería preferible que España prohibiera prometer la independencia, con lo cual ningún candidato podría engañar a su electorado con ese anzuelo? En mi opinión no. La mejor situación es la actual, en que no se restringe el activismo a favor de una idea que, sin embargo, de momento es inconstitucional concretar. Esta doble salvaguarda (del derecho de los políticos independentistas a la libre expresión, y del derecho del ciudadano a vivir bajo el imperio de la ley) parece desconcertar a Pasquau, para quien, aparentemente, todo lo que se permite en el dominio del discurso también tendría que admitirse en el terreno de los hechos.

Prosigue el magistrado:

Al menos dos millones de personas se sienten juzgados con ellos, se sienten encarcelados con ellos, y tienen un sentimiento de agravio y de injusticia. El tribunal va a juzgar a unos individuos, pero sabe que va a juzgar también a un movimiento social que los apoya inequívocamente. El Derecho necesita ficciones, y es una ficción la que determina que algunos estén acusados y expuestos a una larguísima pena de cárcel, mientras que los suyos están viendo el juicio por televisión.

Los políticos están siendo juzgados por sus actuaciones ilegales, no porque se los esté utilizando para penalizar a todo un movimiento. La prueba está en que aquellos separatistas de a pie que sí cometieron delitos, como Roger Español (quien arrojó una valla metálica contra el cuerpo de un policía), también están siendo sometidos a juicio, aunque no tan mediático como el de sus líderes. Distinto sería, claro, si todos los separatistas hubieran atacado a las fuerzas del orden, por ejemplo tomando el aeropuerto del Prat, el puerto de Barcelona o los pasos fronterizos. En ese caso, obviamente no se podría juzgar a dos millones de personas, y el independentismo habría triunfado.

Continúa Pasquau:

Por eso es verdad que se trata de un juicio político. Los políticos pueden delinquir, y por tanto ser juzgados y condenados, pero es cierto que la política es y debe ser un espacio especialmente privilegiado y protegido frente a la represión penal. Sería insoportable e inasumible que se condenase a los muchos centenares de miles de personas que se sienten representadas por los acusados, y por eso se ha seleccionado a los líderes, como si los líderes hubiesen provocado el movimiento, y no al contrario.

La realidad es lo opuesto de lo que describe el jurista. El proceso separatista es un movimiento de arriba a abajo, y las actuaciones en los momentos clave así lo confirman. Cuando los líderes dieron instrucciones a sus seguidores (20-SET-2017), las multitudes independentistas rodearon la consejería de Economía y obstaculizaron un registro judicial. Cuando los líderes no dieron ninguna instrucción (27-OCT-2017), las multitudes no hicieron nada. Si hubiera sido el movimiento el que obligaba a los líderes a actuar, el día de la declaración de independencia las masas habrían entrado al Palau de la Generalitat y arriado la bandera de España, por ejemplo. Pero no ocurrió.

En el futuro, con más sosiego y distancia de los hechos, se deberá reflexionar que el súbito aumento del independentismo del 10% al 47% del censo electoral que se dio entre 2010 y 2015 no fue tal cosa. La gente siguió votando a los mismos partidos de siempre, y lo que cambió fue que esos partidos, antes autonomistas, de golpe se declararon independentistas. Por eso, al juzgarse a los líderes no se está procesando a unos pobres señores que obedecían a un mandato; se está sentando en el banquillo a quienes conscientemente azuzaron a su electorado hasta hacerlo asumir una tesitura maximalista, creando una dinámica de la cual después no se pudieron apear.

Sigue el magistrado:

Médicos, estudiantes, abuelas, profesores, abogados, taxistas, enfermos, enamorados, conserjes, dependientes, cajeras, curas, técnicos de imagen, ingenieros: el movimiento independentista es tan transversal como la sociedad misma, y no puede admitir que se condene a quienes hicieron exactamente lo que querían que hicieran. Es un proceso penal, pero está basado en una ficción: la selección hecha por el escrito de querella.

Entiendo que los que hablan de la transversalidad del separatismo es porque no conocen mucho de esa "sociedad misma" a la que dicho movimiento dice representar. Si Pasquau recorriera L'Hospitalet, Cornellà o Tarragona capital se encontraría con un contingente muy minoritario de independentistas. Pero intuitivamente lo sabe, y en ese sentido es significativa la selección de profesiones que les atribuye, que incluye empleos de clase media pero no abarca a albañiles, cuidadoras de ancianos, barrenderos, limpiadores de letrinas ni, quizá más significativamente aún, parados. Los independentistas son gente glamorosa, no individuos vestidos con prendas económicas y a quienes les falta algún que otro diente. El separatismo es un movimiento de clases medias catalanoparlantes, cuyos líderes básicamente les dijeron: "esto es lo que ustedes tienen que querer; ¡exíjannoslo!". Pero claro, las revoluciones se hacen con gente desesperada, y en el caso de la independencia de Cataluña los desposeídos no están por la labor.

Concluye Miguel Pasquau Liaño:

Es un proceso penal, pero está basado en una ficción: la selección hecha por el escrito de querella. Cualquier abogado puede entender esa ficción, pero ¿cómo explicársela a los centenares de miles de personas que les agradecieron su determinación?

Cuando dos millones de personas creen que están viviendo en una república, lo que corresponde no es darles explicaciones, sino esperar a que salgan del trance.

viernes, 15 de febrero de 2019

El sketch de "humor" que TV3 jamás ha puesto en pantalla

TV3 es plural, a diferencia de las televisiones españolas... ¿suena familiar? Sabemos, sin embargo, que TV3 no es plural; es simplemente muy hábil en sus manipulaciones. La emisora pública pone en escena un simulacro, una apariencia superficial de pluralidad en la cual, en efecto, todas las ideas políticas están representadas... pero no en la proporción que les correspondería, ni son tratadas de la misma manera. Así, si en la población en general hay 47,5 independentistas por cada 43,5 partidarios del 155, la cantidad de tertulianos de uno y otro sector debería ser aproximadamente la misma. La realidad, sin embargo, es que normalmente hay 3 independentistas por cada constitucionalista, a los cuales se suma el presentador o presentadora como un independentista más. Además hay periodistas que comentan las intervenciones, también independentistas. La idea general que le queda al espectador después de ver esos programas es que hay unas pocas personas partidarias de la unión con España, pero que son apabullantemente superadas por los partidarios del separatismo. De pluralidad, nada.

Y lo que vale para las tertulias vale también para Polònia, el programa de humor estrella de la emisora. En estos días, muchos nos hemos indignado con el llamado sketch de Trifacho:





Veamos algunas de las ideas instiladas por este sketch de "humor":


  • España es una ideología. Y una ideología asimilable a la ultraderecha.
  • Ciudadanos es lo mismo que el PP, que a su vez es lo mismo que Vox.
  • Los tres partidos son de extrema derecha.
  • Los tres partidos odian a "los catalanes".
  • Los tres partidos son homófobos.
  • Los tres partidos son xenófobos.
  • Los tres partidos son machistas.


En otras palabras, es un sketch que acepta sin cuestionarlos los tópicos más denigrantes sobre estos partidos, deslizando además que no son válidos solamente para ellos, sino también para el conjunto de España.

Pero, se nos objetará, ¿no es esto humor? ¿El humor no debería permitir exageraciones, hipérboles, distorsiones o aun mentiras?

La respuesta es que efectivamente es humor, pero ese tipo de humor, en TV3, se dirige exclusivamente contra los partidos españolistas.

En este punto no faltará quien me apunte que TV3 sí hace humor a costa de ERC, PDECat, la CUP o la Crida. Y es verdad, pero no es ese tipo de humor. ¿De qué se ríe TV3 cuando hace mofa del separatismo? De cosas como estas:


  • No saben bien lo que quieren.
  • Se pelean entre ellos.
  • Prometen cosas que después no pueden cumplir.
  • Son ingenuos.
  • Son inútiles organizando cosas.
  • Desaprovechan sus oportunidades.
  • Sobreactúan su victimismo.


No digo que no sea de agradecer. Además lo hacen con mucho arte, y yo me río mucho con esas sátiras. Pero se trata de un humor amable, que en ningún momento apunta a hacer un juicio moral, y que tampoco apela a los tópicos (fundamentados o no) que los constitucionalistas blanden contra el separatismo. Un humor que va a reconocer que el independentismo no tenía nada preparado, pero nunca que deliberada, consciente y aun perversamente engañó a sus seguidores. Un humor que va a mofarse de las divisiones entre ERC y PDECat, pero jamás va admitir que el Procés fue una huida hacia adelante por no poder resolver esas diferencias. Un humor que pinta al votante independentista como ingenuo e idealista, pero jamás como un bobo al que le lavaron la cabeza y lo manipularon. Un humor que tiene vacas sagradas, que no va a tocar críticamente temas como la inmersión, que no se mofará de los políticos presos ni de los "heridos" del 1 de octubre y que ni siquiera va a mencionar el tema del odio separatista a España. Todo lo cual no digo que sea la verdad, pero sí que forma parte de los tópicos de "la otra parte", unos tópicos que, a diferencia de los de la parte independentista, nunca encuentran representación en el tan plural humor de TV3.

Sí, yo admito que se hagan sketches como el de Trifacho. Pero a condición de que se los equilibre con otros que desplieguen la misma mala uva, pero contra el independentismo. Va un ejemplo de cómo podría ser uno de tales sketches:

(Video de un catalán que grita “¡Fill de puta! Xarnego!” a un automovilista que derriba con su coche las cruces amarillas en la plaza mayor de Vic. La paraula "puta" debe ser reemplazada por un "pííííp".)
(Voz en off.)
No! Així no!
¿T'has aturat a pensar quantes vegades, arrossegat per l'emoció, dius les coses d'una manera que dona eines i arguments a l'estat opressor? Doncs tenim la solució per al teu problema. Apunta't a LLEIXIU.CAT, el primer curs online que blanqueja el teu discurs tornant-te'l políticament correcte.
No ho dubtis. Apunta-t'hi ara. Amb LLEIXIU.CAT aprendràs a blanquejar els teus més íntims sentiments respecte a Espanya, els espanyols i el castellà, fins al punt de crear la il·lusió que en lloc d'odiar ets tu l'odiat. No ens creus? Para atenció!
(A partir de aquí se ve un profesor con una pizarra detrás, que sin embargo no usará. Los ejemplos incorrectos aparecen en la pantalla en rojo y con una cruz; los correctos aparecen en verde y con una marca de chequeo. Cuando la frase es muy larga, sólo aparece una parte. Continúa hablando la voz en off; el profesor se limita a señalar las versiones incorrecta y correcta.)
¡Dels fills de pííííp, no en diguis xarnegos! ¡Digues-ne colons, i així farà l'efecte que no només no els explotes per un sou miserable, sinó que a sobre són ells els que t'exploten a tu! (RISAS)
¡No diguis "vull treure-li la oficialitat al castellà"; digues "vull defensar la meva llengua que està al caire de l'extinció"! (RISAS)
¡No diguis "l'escola ha de ser en català i els castellans que es fotin"; digues "la immersió és una eina d'integració"! (RISAS)
¡No diguis "els espanyols són bèsties amb forma humana"... bé, això sí que ho pots dir, sempre que sigui en un article de fa sis anys! (La frase, que estaba en rojo, se transforma en verde.) (GRAN RISOTADA)
¡No diguis "vull la consellera de mamelles més grosses"; digues "Vox és un partit masclista"! (GRAN RISOTADA)
I aquesta és només una petita mostra. A LLEIXIU.CAT comptem amb una base de dades de més de 1714 frases i conceptes per fer net i polit el teu discurs d'odi a Espanya. Recorda... LLEIXIU.CAT, el curs online que blanqueja el teu odi fins a fer-lo semblar amor!
(La pantalla cambia ahora a la declaración de Junqueras en el Supremo, en la parte en que dice "Amo a España, a su gente y a su idioma".
Gran risotada y final del sketch.)

Obviamente, mi capacidad de guionista es bastante limitada, y sé que TV3 lo haría mucho mejor que esto. Pero ¿lo hará alguna vez? ¿Hará alguna vez un humor no bondadoso, sino hiriente y punzante, contra el separatismo, los políticos presos, el odio a España de los catalanes "de tronco y raíz" y la inmersión lingüística? Hasta ahora nunca ha ocurrido, pero nunca es tarde.

martes, 12 de febrero de 2019

La piedra angular para debatir con el separatismo

Es obvio que al separatismo no se lo va a derrotar mediante el debate. Sería como tratar de vencer por esa vía al catolicismo, a la astrología o a los creyentes en la Tierra plana. Cuando una idea se basa en emociones y corazonadas y no en la racionalidad, poco se puede hacer desde el terreno de la dialéctica para hacer reflexionar a sus partidarios.

Dicho eso, creo que es útil hacer sentir a los independentistas una cierta incomodidad cuando se discute el tema de la secesión de Cataluña. Si se los coloca en la posición de pensar para sí mismos "caramba, este imbécil no ve la luz ni percibe la verdad evidente de que la independencia es la panacea; pero al mismo tiempo no me doy cuenta de cómo refutarlo", se conseguirá desalentarlos y, quizá, que desplieguen menos ardor en su proselitismo.

Pero ¿cómo lograrlo? Ellos tienen excelentes escuelas de adoctrinamiento (el propio sistema educativo, sin ir más lejos; o TV3) que les proveen de recetas para debatir. Saben cómo manipular y dar vuelta los argumentos razonables. Un ejemplo es este frustrante intercambio que cualquier constitucionalista habrá mantenido en la mesa familiar, en el tren o en Twitter:

—La independencia es imposible porque sus partidarios nunca sumaron más del 50% de los votos.
—No lo sabemos. Entre los comunes y aun entre los socialistas hay muchos independentistas. ¿Por qué no hacemos un referéndum y salimos de dudas?

Pero existe una manera de evitar esta manipulación del debate.

La clave, la piedra angular para debatir con el separatismo, es ponerlos a ellos en la situación de tener que demostrar que son mayoría. La carga de la prueba debe recaer sobre ellos. Y aunque con diferentes variantes, siempre es posible orientar el debate hacia ese punto, porque toda la argumentación separatista contiene, aunque esté bien oculta, la petición de principio de que el independentismo es mayoría. No debemos enredarnos en otras discusiones. Si disciplinadamente llevamos el debate a ese punto, tenemos asegurada la victoria, porque podemos señalar que el separatismo nunca superó el 50%.

Por supuesto que esto requiere identificar en qué paso de la argumentación separatista está oculta dicha petición de principio. Van abajo unos pocos ejemplos en forma de diálogo, cada uno de los cuales comienza con alguno de los argumentos habituales del separatismo.

Ejemplo 1: el derecho a la autodeterminación

—A Cataluña se le está negando el derecho a la autodeterminación, que está recogido en la resolución número tal de la ONU.
—Después debatimos si la autodeterminación es efectivamente un derecho, pero vamos a algo más primordial: ¿usted me está diciendo que Cataluña no se está autodeterminando en este momento?
—Es evidente que no, desde el momento en que más de dos millones de personas quieren irse de España.
—Dos millones es mucho, pero si un número aún mayor de catalanes estuviera satisfecho dentro de España Cataluña sí se estaría autodeterminando. Sólo podríamos decir que Cataluña no está ejerciendo el derecho a la autodeterminación si los que quieren marcharse fueran mayoría.
—¿Y por qué no hacemos un referéndum para salir de dudas?
—No, no. Usted fue el que dijo que Cataluña no se está autodeterminando, así que le toca a usted demostrar que los que quieren irse de España son mayoría. Si no puede demostrarlo, no hable de derechos denegados.
—Pero ¿qué manera habría de demostrarlo, si no es mediante un referéndum?
—Por ejemplo, si los partidos independentistas superaran el 50% del censo habría una sospecha fundada de que se está denegando ese supuesto derecho. ¿Ocurrió hasta ahora?
—Buena parte de los comunes son independentistas.
—Pero no votan un partido independentista. Las mayorías se demuestran con votos efectivos hacia una idea, no con especulaciones sobre los votantes de otras ideas.

Ejemplo 2: la necesidad de un referéndum

—Canadá y el Reino Unido resolvieron este tema de manera civilizada: mediante un referéndum.
—Pero los referéndums hay que hacerlos cuando hay una necesidad. ¿Cuál es la necesidad de un referéndum ahora?
—Un 80% de los catalanes exigen un referéndum. Podremos estar divididos en cuanto a la independencia en sí, pero nos une el querer decidir nuestro futuro por esa vía.
—Pero esa cifra es una encuesta del diario Ara. Las encuestas de El Periódico y de Cadena SER dieron guarismos distintos, en torno al 48%, cuando en vez de una pregunta binaria se daban varias opciones. Por otro lado, nunca hubo una manifestación en la calle en que se viera a ciudadanos no independentistas exigiendo un referéndum. ¿A quién creerle?
—Pero entre sí al referéndum y no al referéndum, gana el sí por 80%.
—Sin embargo, cuando tuvieron oportunidad de demostrar esa ansiedad por un referéndum con un acto concreto, como fue asistir al 9N o al 1O, menos de la mitad de los catalanes fueron a votar.
—Es que si el referéndum fuera de verdad...
—Sigue usted sin demostrarme por qué es necesario ese referéndum de verdad. Los referéndums no se convocan por las dudas, sino cuando hay una necesidad comprobable e inequívoca.

Ejemplo 3: el Estado no hace ninguna oferta

—Se podría resolver esto mediante la negociación, pero el Estado no ha hecho ninguna oferta. Se ha demostrado totalmente insensible a las reivindicaciones del independentismo y se ha enrocado en una negativa total a negociar.
—Pero es que así como hay algunos catalanes que quieren que el Estado haga una oferta, también hay otros que no desean tal cosa, como se demostró el 8O y el 29O, y el Estado no tiene derecho a pasar por encima de estos últimos negociando algo que va a ir contra sus intereses.
—Hay más gente que quiere que el Estado haga una oferta. Las manifestaciones independentistas han sido muchísimas más y más numerosas que las del unionismo.
—Las manifestaciones sirven para constatar la existencia de ambas posiciones en la sociedad. Que unas sean más numerosas que otras puede tener que ver con una mayor capacidad organizativa; pero eso no significa per se que representen a una mayoría de la sociedad.
—¿Y si hacemos un referéndum para salir de dudas?
—No, no; usted es el que está reclamando que el Estado haga ofertas; por lo tanto le toca a usted demostrar que los que quieren una oferta del Estado son más que los que no quieren que el Estado ofrezca nada.

La cuestión está, como se ve, en mantener el tipo y pedir evidencias positivas de que las exigencias separatistas cuentan con el suficiente respaldo social.

El Estado, de una manera intuitiva, ha sabido mantener el tipo. Lo que no ha sabido es explicarlo y comunicarlo de una manera contundente. En los debates, jamás se ha puesto al separatismo contra las cuerdas, reclamándole que justifique sus exigencias maximalistas con datos concretos respecto al verdadero apoyo que tiene en la sociedad. Pero lo que no hace el Estado sí lo podemos hacer los constitucionalistas de a pie en el ámbito familiar, de trabajo o en Internet. Simplemente basta con exigir a los separatistas pruebas concretas de lo que implícitamente afirman tener pero, con los datos en la mano, no tienen: una mayoría social.

sábado, 12 de enero de 2019

Referéndum: invirtiendo la carga de la prueba

La petición de principio es un recurso retórico consistente en dar por sentado, sin ofrecer una demostración, que una premisa es cierta, y a partir de ahí construir un razonamiento y extraer conclusiones. A veces, en un debate, ambas partes aceptan la validez de la premisa. En otros casos, en cambio, ella es aceptada por solamente una de las partes, y la falacia consiste en esconderla hábilmente en la argumentación para que la otra parte no se dé cuenta.

Los constitucionalistas nos enfrentamos frecuentemente con una de tales peticiones de principio astutamente disimuladas. Forma parte del argumento, inmediatamente familiar para cualquiera que haya seguido el debate sobre el independentismo catalán, de que España, si tan segura está de que el separatismo es minoría, no debería tener problema en convocar un referéndum y convencer así al sector secesionista.  Así se lo suele expresar:



Generalmente, la respuesta que se suele dar a este argumento es que en las elecciones autonómicas los partidos independentistas nunca obtuvieron una mayoría de votos; o que en un referéndum deberían votar todos los españoles, y no sólo los catalanes. Estos argumentos son sólidos, pero tienen el problema de situar la discusión en el terreno dialéctico que el separatismo quería. Ellos responden, en primer lugar, que entre los comunes hay muchos independentistas, que en un referéndum se unirían a la causa. A continuación agregan algo sobre Quebec o Escocia y con eso ya logran marear la perdiz y complicar el debate. No es este, a mi entender, el modo de responder a su argumento.

La respuesta idónea, y de la cual nunca nos deberíamos apartar, es señalar que los referéndums no deben convocarse para satisfacer el capricho de un grupo, por numeroso que este sea. Deben convocarse cuando hay una necesidad real de ellos, y en estos momentos no hay elementos que permitan afirmar con certeza que se necesita uno. Las experiencias de Quebec en 1980 y de Escocia en 2014 indican que los referéndums de independencia, lejos de resolver un problema, lo que hacen es sentar precedentes para que el grupo irredentista pida más referéndums. En el primer caso, los quebequeses organizaron una segunda consulta que estuvo a décimas de punto de quebrar Canadá, y solamente abandonaron su afán cuando la Ley de Claridad estableció que sería el Parlamento federal, y no la legislatura quebequesa, el que controlaría y arbitraría futuros referéndums definiendo las mayorías necesarias. En el segundo caso, la ministra principal escocesa Nicola Sturgeon volvió a la carga en 2018 reclamando una nueva votación bajo la excusa de que el Bréxit lo había cambiado todo, y ya hay pronósticos de que el Reino Unido se desintegrará en menos de diez años. Contrario sensu, no convocar un referéndum no parece tener consecuencias muy negativas en situaciones de empate social. Todo el alboroto de 2017-2018 no ha afectado mayormente a la economía española y ni siquiera a la catalana, que muestran, ambas, satisfactorios índices de crecimiento de empleo.

Pero si el referéndum no es necesario por consideraciones pragmáticas, ¿no lo será por motivos morales? ¿No se lo debería convocar para corregir una injusticia? Puede ser, pero primero se debería saber positivamente que esa injusticia existe. En las circunstancias actuales el apoyo a la idea de la independencia, rechazada por el Estado, no ha sido científicamente cuantificado. La petición de principio del independentismo es que una sociedad no puede convivir con esa duda, y que por lo tanto el deber del Estado es despejarla mediante una consulta a la población. Pero eso es invertir la carga de la prueba. Es el separatismo el que tendría que demostrar que su idea goza de suficiente apoyo social como para merecer una satisfacción estatal. No es fácil probarlo, pero tampoco imposible. Una manera sería tratar de que los partidos definidamente independentistas obtuvieran una cantidad de votos en elecciones autonómicas equivalente a la mitad más uno del censo. De esa manera sí que se podría argumentar un indicio de injusticia, y el separatismo tendría autoridad moral para reclamarle al Estado que mueva ficha (aunque aun así el Estado también tendría motivos sólidos para ignorar la reclamación, pero ese es tema de una futura entrada).

Por otro lado, hay una abismal falta de lógica en el planteamiento del separatismo. La convocatoria de un referéndum es una aspiración independentista. El Estado se opone, porque opina que el separatismo es una minoría social. La respuesta secesionista ("votemos y salimos de dudas") es irracional. Pretenden que el Estado demuestre que el independentismo es minoría otorgándole lo que le tendría que conceder si fuera mayoría. Y es al revés: el Estado puede darse el lujo de denegar la petición de un referéndum precisamente porque el independentismo no tiene respaldo social suficiente para forzar nada.

CONCLUSIÓN

La idea de que "alguna respuesta hay que darles" a los muchos, pero no probadamente mayoritarios, catalanes que quieren la independencia es esencialmente falaz. Como demostró el Bréxit, un referéndum es una peligrosísima e irreversible ruleta rusa, que jamás debería concederse simplemente por las dudas de que se esté siendo injusto con alguien. Si la magnitud de los agravios hacia Cataluña y los catalanes es tan monstruosa como se la está pintando, ello debería traducirse en apoyos contundentes e inequívocos a los partidos separatistas; unos apoyos que, por el momento, están lejos de materializarse. Justamente por eso es que el separatismo lo cifra todo a un referéndum: porque saben que en una combinación feliz (para ellos) de accidentes (recesión al momento de la convocatoria; declaraciones incendiarias sobre Cataluña de algún miembro de Vox; penalti mal pitado al Barça en la fecha anterior...) está la única posibilidad de obtener puntualmente en una jornada electoral un "voto cabreo" que tergiversara los verdaderos (esto es, insuficientes) apoyos que la idea de la secesión tiene en el día a día de la sociedad catalana.