lunes, 5 de marzo de 2018

Lo que dicen ahora vs. lo que decían entonces

A los triunfadores en cualquier contienda política, ideológica o aun militar se les recomienda una práctica muy saludable de cara a la convivencia: la generosidad en la victoria. El separatismo catalán le ha dado la vuelta a este principio, y en un ejemplo más de su continuo hacer de necesidad virtud está ejerciendo la generosidad en la derrota. Ahora, con su movimiento totalmente desarbolado, y no precisamente por la aplicación del artículo 155 sino más bien por las divisiones internas y las poco juiciosas decisiones tomadas, algunos líderes independentistas comienzan a manifestar una voluntad conciliadora que de ninguna manera exhibieron cuando, con ese autoengaño propio de quien comienza yendo de farol y termina creyéndose su propio órdago, sentían que la victoria estaba al alcance de la mano. Lo cual, lógicamente, está desencantando un poco a sus irreductibles seguidores, a quienes no les gusta esta nueva melodía que está tañendo el flautista de Hamelín.

En el día de hoy, las bases independentistas están poniendo a parir a Joan Tardà, el jefe de los diputados de ERC en el Congreso, por un artículo que publica en El Periódico bajo el título "Ni astucias ni huida hacia delante; ahora toca ser más". El artículo recuerda, cómo no, que España está haciendo todo mal, a diferencia de la actitud adoptada por otros países civilizados:

Por un lado, el modelo de Canadá en el que su gobierno llevó a cabo unos profundos cambios y transformaciones (hay que recordar que incluso hicieron del francés lengua oficial en todo el estado) para que una parte de los quebequois independentistas se sintieran cómodos en Canadá. Lo hicieron sin pactar con Quebec.

Quiero creer que por ignorancia, y no maliciosamente, Tardà tergiversa completamente la realidad histórica. Canadá oficializó el francés en 1969, mucho antes de los referéndums separatistas de 1980 y 1995. No fue, por ende, una transformación para dejar contentos a los quebequeses. Si alguna conclusión se puede sacar de ello es que el independentismo catalán no cejaría en su empeño aunque el catalán se hiciera oficial en toda España.

El otro ejemplo que brinda Tardà es el Reino Unido: la "fórmula pactada entre David Cameron y Alex Salmond para la celebración del referéndum sobre la independencia de Escocia". Ninguna referencia a cómo la afición de Cameron a jugar a la ruleta rusa de los referéndums terminó en el Brexit con la consecuente pérdida de la Agencia Europea del Medicamento (y lo que vendrá, que es imprevisible y por lo tanto temible).

Hasta ahí, victimismo y falsa analogía separatistas de manual. Pero más adelante Tardà hace, con la boca tan pequeña como puede, un reconocimiento de debilidad, al tiempo que abre su mano a otras fuerzas progresistas que se rehúsan a romper Cataluña:

No obstante, el independentismo solo tendrá éxito si entiende que debe acumular fuerzas ( "no somos bastantes" hemos repetido muchas veces). Para ampliar la mayoría social dos ideas son imprescindibles, sin las cuales nada tiene sentido: que Catalunya es y debe ser un solo pueblo en un marco de libertades, de progreso económico y de justicia social (este es el consenso social que se formó en la lucha antifranquista de la Assemblea de Catalunya y que el movimiento por la República debe atraer) y que necesitamos conocer el mejor camino para llegar a la cima y con quién hay que transitar por él. En este sentido, el republicanismo debe converger con las fuerzas políticas que también defienden el referéndum vinculante, lideradas por Xavier Domènech, y debe abrir vías de diálogo franco (el municipalismo puede ser un buen laboratorio) con el socialismo catalán del PSC de un Miquel Iceta que debe decidir si se planta o abona la involución de los derechos y libertades.

El desasosiego de sus fieles proviene de que haya osado sugerir contaminar la purísima composición química del independentismo con acercamientos heréticos a comunes y socialistas. Pero en el proceso, Tardà admite que el número de separatistas no alcanza para lograr sus objetivos. Es loable que lo reconozca, y hasta es posible que sea cierto que lo repitió muchas veces.

Pero no es lo que decía cuando sentían que podían ganarle el pulso al Estado. En octubre de 2016, en una entrevista con la revista Jot Down, esto declaraba el republicano:

Todo se basa en el mandato democrático. Si hay una mayoría, casi una mayoría o una incipiente mayoría de catalanes que consideramos que si nos gobernamos a nosotros mismos tendremos capacidad para construir mejor una sociedad distinta, no hace falta ninguna otra explicación. Después dependerá de las hegemonías, pero después.

Esto no suena como "no somos bastantes". Suena más bien como "puesto que tenemos mayoría parlamentaria, lo vamos a hacer sin rendirle cuentas a nadie". Esto se confirma en otro trecho de la entrevista:

—Pero ahora sí se tendrán que convocar unas elecciones y todos los catalanes tendrán que saber que son unas elecciones que están convocadas para que el Parlamento debata y apruebe una constitución. Quiere decir que los catalanes no independentistas tienen que tener el derecho a ganar y a decir si ganan: «Señores, como somos mayoría, este parlamento no hará la constitución.»
—¿Mayoría de escaños o de votos?
—De escaños.
—¿Como la del 27-S?
—Claro, porque aprobar la constitución de la república lo tienen que hacer los parlamentarios, es decir, los escaños.

Con todo el cinismo de que es capaz (y eso en el ámbito separatista es mucho), el Tardà de 2016 concedía a los no independentistas el derecho de evitar una constitución para una república catalana independiente solamente en el caso de que pudieran ganar en escaños, lo cual sabía muy bien que es imposible debido a la sobrerrepresentación legislativa que tienen las zonas carlistas de Cataluña donde el separatismo arrasa. En aquel momento, cuando se sentían poderosos e imparables, no tenían ningún remordimiento por no ser suficientes. Se aferraban al argumento legalista de los escaños. "La ley es la ley", parecían decir quienes, por otro lado, en otros debates sostenían que por encima de la ley está la democracia.

En otro pasaje de su artículo de El Periódico, Tardà propone:

Será necesario también que en el independentismo haya menos tripas y más cerebro.

Pero en la entrevista de 2016 preconizaba actitudes 100% viscerales:

—¿Ves una huelga de hambre de los diputados de ERC? 
—Perfectamente. De hecho, ¿qué harán cuando imputen al president Puigdemont? 
—Has dicho que es probable que pase tres meses en la Modelo. 
—Sí. Ya sabremos encontrar las maneras ingeniosas de hacerlo. 
—¿De pedirle al president que pase una temporada en la cárcel? 
—No, que si treinta mil personas se tienen que estirar cada domingo en la autopista se estirarán. 
—¿Crees que treinta mil catalanes harán esto? 
—Desde la liberación de París, ¿me sabrías decir alguna movilización parecida a las que hemos protagonizado? 
—Pero es una vez al año. 
—¿Me sabrías decir algún lugar de Europa o del mundo donde una vez al año hagan esto, aparte de aquellos que dan la vuelta a la piedra de La Meca?

Tenderse el fin de semana en la autopista no parece un procedimiento muy cerebral. Más bien de descerebrados. La súbita conversión a la cordura de Tardà se debe a varios factores, pero esencialmente a que llegó el 27 de octubre, el Parlament dijo algo de independencia y no hubo hordas de catalanes sedientos de libertad que tomaran el aeropuerto de El Prat. Por no haber, tampoco ha habido diputados de ERC en huelga de hambre, siendo que a los dos legisladores más prominentes de esa fuerza les vendría muy bien para su también prominente silueta. Es fácil jugar a la épica desde la redacción de un diario, pero para la épica de verdad se necesita desesperación (desesperación de verdad, no la impostada en Twitter), un activo en falta en la aburguesada Cataluña separatista.

Así es Joan Tardà, ese señor probablemente afable en su trato personal, pero que como político es falso y oportunista, no duda en proponer chantajes (como el de obstruir las vías de comunicación) y ahora tiende un puente hacia otras fuerzas porque no le queda otra, y no porque alguna vez lo haya animado un espíritu de concordia y consenso entre todos los catalanes. Es de esperar que ni CeC ni el PSC accedan a su interesada propuesta; sencillamente es inútil cualquier intento de negociación con estos epítomes de la deshonestidad. Más vale aplicar con ellos aquella otra máxima militar, la que se reserva para quienes jamás estarán interesados en conceder nada: al enemigo ni agua.

2 comentarios:

  1. Como de costumbre, das en el clavo. Estos días traté de empatizar con conocidos separatistas y siguen a lo suyo. Han generado una dinámica que ni cuaja en revolución ni se diluye después de un fracaso más que evidente.

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  2. Tardà es un ejemplo de personaje sobredimensionado por la comparación con el resto del personal político secesionista: es tan desolador el panorama, que individuos mediocres como éste alcanzan de pronto talla de estadistas. Como tiene cierto recorrido parlamentario, y actúa siempre de comeniños en sus intervenciones desde la tribuna, con el ceño fruncido, la melena de león y la voz tronante, se piensa de él que debe ser un lumbreras de la política, a la altura de un Churchill, como poco.
    Una parte importante del personaje mediático se ha creado además gracias al Polonia. En las primeras temporadas del serial político-humorístico, el personaje de Tardà profería con voz tronante alguna supuesta barbaridad que remataba con la frase "algú ho havia de dir"; el latiguillo tenía cierta gracia, y en el imaginario de los telespectadores quedaba la idea de un tipo audaz, sin pelos en la lengua, certero y clarividente, que desvelaba las contradicciones del resto de partidos... por supuesto la selección de temas era cualquier cosa menos inocente, siempre se trataba de ridiculizar a los unionistas, y a los corruptos de cualquier color (con la excepción evidente de los puros e inmaculados independentistas). El resultado es que todos pensamos que tiene que ser un político extraordinario... y cuando le oímos hablar, o leemos los lugares comunes y estupideces varias que perpetra en sus piezas... pues se nos viene abajo el estadista y vemos lo que es: otro politiquillo mediocre, doctrinario como el que más, tosco y hasta un punto metepatas.
    En resumen: que lo que dice me temo que carece de interés, por desconectado de la realidad.

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