miércoles, 14 de noviembre de 2018

Sobre el reciente y poco creíble amor al castellano del separatismo

Jenn Díaz es una novelista y diputada al Parlament por ERC. No me parece contradictorio ni de ninguna manera objetable que un escritor active en política. Hace años conocí personalmente a Maria Mercè Roca, cuya narrativa admiro fervientemente, y que en aquel momento también era diputada por ERC. Aunque me cortaría la mano antes de votar a esa formación, la autora gerundense me pareció una persona encantadora y su charla muy enriquecedora. En el caso de Jenn Díaz, no tengo el gusto de conocer sus libros, pero tampoco motivos para dudar de su calidad literaria ni de sus sólidos conocimientos en el área.

El problema, en todo caso, se suscita cuando algún notable del campo de la cultura aprovecha su autoridad en esa área para impulsar sus intereses políticos. En un reciente artículo en El Periódico titulado Rosalía, cultura catalana, Díaz examina el caso del éxito de Rosalía Vila, la cantante de Sant Esteve Sesrovires que descuella mezclando flamenco, pop y trap en trabajos íntegramente en castellano como El mal querer. Afirma la escritora:

'El mal querer' es, además de un canto a la liberación de la mujer, un disco con perspectiva de género, una descripción de lo que no debemos tolerar en el amor, además de todo eso, las canciones de Rosalía son cultura catalana. Sí, la cultura catalana también se expresa en castellano, y eso no significa que lo sea menos. La cultura catalana no siempre se expresa en catalán, y eso no debe acomplejarnos. Núria Graham o Estopa. Isabel Coixet. Laura Fernández o Rubén Pérez Giráldez. Eduardo Mendoza, Gabi Martínez. Sílvia Pérez Cruz y Maria Arnal con su propio mestizaje. La rumba catalana. ¿Alguien puede dudar de que la creación catalana no expresada en catalán no es, también, nuestra?
Debemos detenernos un momento y reflexionar, si apriorismos ni prejuicios, qué es y, lo más importante, qué queremos que sea la cultura catalana. Rosalía, nacida en Sant Esteve Sesrovires y formada en el Taller de Músics también es motivo de orgullo para los que amamos la cultura catalana, se exprese como se exprese. Soy incapaz de hacer diferencias, soy incapaz de elegir si una u otra.

Estamos, indudablemente, ante un operativo "ensanche de la base social" en marcha. Ejecutado, todo hay que decirlo, con una cierta altanería: nosotros, los de ERC, tenemos derecho a decidir qué es cultura catalana y qué no, y en el caso de Rosalía decidimos magnánimamente, pero también convenientemente para nuestros intereses, que sí.

Pero ocurre que Rosalía es cultura catalana en contra de todo lo que ERC ha sostenido políticamente a lo largo de su existencia. Rosalía es cultura catalana porque Cataluña es España, porque, como ha declarado la cantante,

“En Cataluña, la cultura andaluza se respira en cada esquina, vengas de donde vengas, seas quien seas. Yo me he criado entre hijos de inmigrantes andaluces. Uno no es solo aquello que le viene dado, también aquello que elige ser”.

Aunque exagera la artista (no veo yo mucha cultura andaluza en Balaguer o en Banyoles), sus afirmaciones son válidas para las grandes áreas metropolitanas de la comunidad autónoma. Por los motivos que sean, España llegó para quedarse, no como invasora ni colonizadora, sino como enriquecedora, aportando a la cultura local como no ha ocurrido a la inversa. Nadie puede decir que un castell descargado por el Casal Català de Burgos (de existir dicha entidad) sea cultura burgalesa, sino en todo caso cultura catalana ejecutada en la ciudad castellana. En cambio, el flamenco en Cataluña, que en principio era cultura española, ahora lo es también catalana porque ya es producido por nativos. Unos nativos que, al absorber dicha cultura, se refuerzan en su hispanidad, en unos lazos que ERC toda la vida nos dijo que no existían, o que en todo caso eran disolubles.

Jenn Díaz concluye su artículo con esta reflexión:

Una de las grandes riquezas de Catalunya es, precisamente, su diversidad. Y también debemos tenerla en cuenta, para no ser injustos ni estúpidamente conservadores, en cuestiones culturales. La cultura catalana que no se expresa en catalán no es una intrusa, nos define también como pueblo y nos hace la vida cultural del país diversa y ambiciosa. El día que la cultura catalana expresada en catalán no sufra el menosprecio del resto del Estado, podremos debatir sobre esta cuestión como deberíamos: con normalidad.

Hay dos aspectos interesantes en esta reflexión. Uno es la omnipresencia del victimismo, merced al cual aun los defectos que se admite que se tengan son atribuibles a España. Hace años, Salvador Cardús afirmó que la corrupción catalana era una consecuencia de la española. En un giro similar, Díaz admite que en Cataluña no se debate con normalidad el tema de la cultura catalana en castellano, pero es incapaz de asumir que ello se pueda deber a un déficit propio, sino que lo endilga a la intolerancia española. De esa manera, Díaz insinúa que los castellanohablantes en Cataluña deberían reclamarle a España, y no al nacionalismo catalán identitarista y excluyente, el vacío que se le ha hecho a su idioma.

El otro aspecto interesante es el planteo de una supuesta simetría: sí, hay falta de normalidad de un lado; pero del otro hay menosprecio. ¿Hay menosprecio en España de la cultura catalana expresada en catalán? Quizá sí, a título individual. Pero jamás ha alcanzado, en democracia, un estatus oficial ni tenido consecuencias prácticas para dicha cultura.

Veamos: en España es normal que productos culturales en catalán (o en euskera, o en gallego) sean premiados, subsidiados y promovidos por el Estado. Por ejemplo, España cuida a todos sus escritores, escriban en la lengua que escriban. Por eso, el Premio Nacional de las Letras Españolas ha recaído varias veces en autores en idioma catalán:

1984 – J. V. Foix (1893-1987)
1989 – Joan Coromines (1905-1997)
1998 – Pere Gimferrer (1945)
2000 – Martí de Riquer (1914-2013)
2001 – Miquel Batllori (1909-2003)
2002 – Joan Perucho (1920-2003)
2010 – Josep Maria Castellet (1926-2014)
2015 – Carme Riera (1948)

En comparación, el Premi Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya, mientras existió (1995-2012), jamás fue otorgado a un autor de expresión castellana.

Similarmente, el Instituto Cervantes ha organizado infinidad de actos de promoción de Jaume Cabré, al que se lo presenta como "Catalan writer". En cambio, el Institut Ramon Llull, la institución equivalente catalana, ha organizado exactamente 0 actos de promoción de Ildefonso Falcones, exitoso autor catalán pero con la tara de escribir en castellano, cosa que no extraña cuando en las bases para acceder a las ayudas para desplazamiento de escritores no se establece como destinatarios a los escritores catalanes, sino que se otorga "Finançament de les despeses de desplaçaments d’escriptors/ores per a la realització d’activitats de difusió de la literatura en llengua catalana o aranesa fora del domini lingüístic d’ambdues llengües, per a les quals hagin estat convidats". Aun en los casos en que el Llull sí llevó a autores en castellano en una de sus delegaciones, fue por obligación, porque así lo imponían las reglas de los eventos a que los invitaban. Así, esto informaba El Periódico en 2013:

El Institut Ramon Llull viajará al Salón del Libro de París, entre el 21 y el 25 de marzo, con una delegación compuesta por 20 escritores cuyas obras se han traducido recientemente al francés: 13 de ellas escritas originalmente en catalán y 7 en castellano. La decisión corresponde a las características de la invitación como ciudad invitada a Barcelona. «Las reglas del juego son que allí va una ciudad que vehicula una creación literaria que se hace en lenguas diferentes», ha justificado el director del Llull, Vicenç Villatoro, quien argumenta a la defensiva la operación. «No se trata de ningún cambio de criterio o una traición (...) se deben aprovechar todas las ventanas que se abran para favorcer la visibilidad y la presencia internacional de la lengua y la literatura catalanas», sostiene.

Es penoso que el director del Llull, en lugar de estar orgulloso de los escritores en lengua castellana que llevará, tenga que justificar ante su público la decisión con un argumento del tipo "no hay mal que por bien no venga; seamos vivos que algo podemos sacar".

Pero es que aun saliendo del elevado ámbito de la literatura el menosprecio al castellano es moneda corriente. Así, un concejal de ERC de Barcelona, Jordi Portabella, se negó a asistir al pregón por las fiestas de la Mercè pronunciado por Elvira Lindo porque el mismo sería leído en castellano. Lejos de disculparse por este insulto vil a la lengua en que se desarrolla el 75% de las conversaciones barcelonesas, la plana mayor de la formación republicana apoyó sin reservas al edil sectario.

CONCLUSIÓN

En momentos en que el separatismo advierte que su porcentaje de votos no alcanza para consumar la ruptura, y en que se ven obligados a sumar gente por fuera de su mercado natural (casi exclusivamente catalanoparlante), se comprende que extiendan su mano de forma aparentemente generosa a quienes se expresan en castellano. Pero esa actitud aparece como forzada y falsa, a la luz del ninguneo e invisibilización permanente e implacable a que se ha sometido a la lengua castellana en Cataluña bajo el establishment nacionalista.

En los años del Procés, algún sector castellanoparlante (numéricamente no despreciable, aunque ni de lejos tan importante como les gustaría y nos han querido hacer creer) ha prestado oídos a ciertas voces y plumas separatistas que juran y perjuran que nuestro idioma sería respetado en una Cataluña independiente. Sería un craso error creerles. Por más que racionalmente se impongan ese propósito, en la hora decisiva su verdadera naturaleza saldría a flote. Como el alacrán de la fábula, si algún día nos decidiéramos a cruzar con ellos el río hacia Ítaca, finalmente archivarían sus promesas de amor lingüístico y nos terminarían clavando el aguijón ponzoñoso de su castellanofobia. Está en su ADN.

5 comentarios:

  1. Qué decir sobre tu artículo, es todo cierto.
    Hace bastante tiempo busqué -sin encontrar- una entrevista a Mónica Terribas (diría que en la tele) y, aunque la memoria es traicionera y puedo equivocar persona y lugar, creo recordar que le preguntaron:
    "P: ¿La literatura en castellano es cultura catalana?
    R: [Duda... se lo piensa...] No"
    Quizás fue coincidiendo con el Salón del Libro en París que refieres, o quizás la Feria de Frankfurt en alguno de esos años con 'polémicas' como la que indicas.
    En cualquier caso, es el verdadero pensamiento de todos estos quintaesencias, que asumen forzosamente y con la boca pequeña la 'catalanidad' de la expresión cultural de Rosalía.
    (Dicho sea de paso, con el tema Rosalía: lo gracioso es que como están acostumbrados a ponerle etiqueta a todo -la ratafia como expresión de cultura catalana; los castillos como expresión de cultura catalana; entrecruzar brazos y manos con 'l'hora dels adéus', como expresión de cultura catalana, etc- ahora tienen que mojarse con el asunto. Y les salen artículos tan absurdos como este de Salvador Cardús https://www.ara.cat/opinio/Salvador-Cardus-Rosalia_0_2127987296.html o este otro de Villatoro https://www.ara.cat/opinio/Vicenc-Villatoro-17-novembre-Rosalia_0_2126187488.html).

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  2. Soberbio análisis. Y muy certera la descripción de ese juego interesado del secesionismo por "eixamplar la base social", haciendo ahora como que abren los brazos a la cultura en castellano, aunque la careta no alcanza para tapar su verdadero rostro.
    Citas algún autor catalán promocionado por el Instituto Cervantes. Y mucho más: las presentaciones de libros en catalán y las actividades sobre autores catalanes son constantes. Se ofrecen cursos de lengua catalana, como es fácil comprobar entrando en sus páginas.
    Conozco bastante Palermo, en Sicilia, y allí el Instituto Cervantes está en la "Chiesa Santa Eulalia dei Catalani", y su biblioteca lleva el nombre de Salvador Espriu.

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  3. http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1996/10/31/pagina-15/33928127/pdf.html

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  4. Gracias Abraham. Aunque leo tus entradas apenas salen, mi natural pereza me lleva a limitar los comentarios, especialmente cuando queda poco por añadir a la argumentación... pero eso no quita que te agradezcamos de verdad (y en lo mucho que vale) el esfuerzo por dejar constancia de tantas y tantas incongruencias con las que convivimos.
    Ánimo, y gracias de nuevo!

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